Y no precisamente para escuchar, si no para todo lo contrario, para dejar pasar el sonido de un lado al otro sin que haga mella en la cabeza. Para que simplemente pase el aire y el de enfrente sienta que no es en absoluto escuchado.
Oídos conectados que transforman mis temas rápidamente en pie de anécdotas repetidas y que transforman un gran esfuerzo por encontrar un regalo en polvo y cenizas, porque cuando yo voy, ellos ya han vuelto de allí.
Pero yo no me levanto. Parece que yo no tengo excusa. Y sigo escuchando. Yo es que por lo visto nunca he sido de mucho contar, ¿no será que ellos nunca han sido de mucho preguntar?